Era 1979 y el proyecto Art Car de BMW ya había sumado tres intervenciones de artistas consagrados: Alexander Calder, Frank Stella y Roy Lichtenstein. Nombres mayores. Pero el cuarto sería distinto. ¿El motivo? Detrás de la intervención artística estaba Andy Warhol, nada más y nada menos. El estadounidense, que por ese entonces tenía 51 años, no solo pintaría un auto: se metería en el corazón del proceso, ignorando las convenciones del arte y de la industria. En lugar de delegar la aplicación del diseño a asistentes, como habían hecho sus antecesores, Warhol decidió pintarlo él mismo. En vivo, a todo trapo, con un frenesí que hacía juego con los 470 caballos de fuerza del BMW M1 que tenía delante.

La historia suele contarse como anécdota: Warhol, pincel en mano, arrojó más de seis kilos de pintura sobre la carrocería del M1 en apenas 28 minutos. Usó sus manos, sus dedos, sus impulsos. No hubo bocetos, ni escalas previas, ni repeticiones. Solo pintura fresca y una energía casi punk que lo impulsaba a capturar visualmente lo que imaginaba como velocidad.
“Intenté mostrar la velocidad como una imagen visual. Cuando un automóvil va realmente rápido, todas las líneas y colores se transforman en un borrón”, explicó el artista, como si eso justificara el caos controlado que acababa de imprimir sobre la carrocería. Pero en realidad, no necesitaba justificar nada. El resultado hablaba por sí solo.
La obra no era simplemente estética. Era conceptual, en el sentido más físico del término. Warhol había trasladado su mirada pop al mundo del automovilismo de manera directa, brutal, visceral. Y el auto, lejos de quedar relegado a un pedestal estático, salió a correr. Participó en las 24 Horas de Le Mans en 1979, conducido por Manfred Winkelhock, Hervé Poulain y Marcel Mignot, logrando un notable sexto lugar en la general y segundo en su clase.

El BMW M1 pintado por Warhol fue el cuarto Art Car en la historia del proyecto iniciado por el piloto y coleccionista Hervé Poulain junto a BMW Motorsport. El objetivo era simple y ambicioso: unir el arte contemporáneo con la pasión automotriz. Una idea que podía parecer caprichosa en su origen, pero que con cada nuevo capítulo se volvía más contundente.
Calder fue el pionero en 1975, aplicando su vibrante lenguaje escultórico a un BMW 3.0 CSL. Luego vinieron Stella, con un diseño técnico de líneas cuadriculadas como planos mecánicos, y Lichtenstein, que usó viñetas pop para narrar un viaje sobre ruedas. Pero Warhol rompió el molde. No solo por su fama planetaria, sino por su modo de asumir el desafío. Con él, el Art Car dejó de ser una transposición gráfica y se convirtió en acción pura.
Desde entonces, la serie de BMW Art Cars no ha dejado de crecer. Más de una veintena de artistas han dejado su huella: Jenny Holzer, David Hockney, Jeff Koons, Cao Fei, John Baldessari. Cada uno con su lenguaje, su visión, su tiempo. Pero ninguno volvió a pintar el auto con sus propias manos como lo hizo Warhol. Ese gesto —tan sencillo como disruptivo— marcó para siempre la diferencia.

Para Warhol, el arte nunca estuvo separado de la vida cotidiana. Lo demostró una y otra vez en su Factory, donde latas de sopa Campbell’s y retratos de Marilyn Monroe se transformaban en símbolos de una cultura que aprendía a devorarse a sí misma. El BMW M1 fue una extensión lógica de ese pensamiento. No una excepción.
“Adoro el coche, es mucho mejor que una obra de arte”, llegó a decir. Una frase que, lejos de sonar a desprecio, revela la magnitud del gesto. Para Warhol, el arte no era solo objeto, sino contexto, uso, circulación. En ese sentido, un auto de carreras que alcanza los 307 km/h, decorado con pintura pop, es probablemente su obra más sincera.
En el BMW M1 Art Car convergen muchas de sus obsesiones: la producción en masa, la celebridad (el auto era una estrella), el color como grito visual, y la idea de que el arte puede —y debe— estar en movimiento. Ya no colgado en una pared, sino quemando goma sobre el asfalto francés, en plena competencia.

Tras su participación en Le Mans, el BMW M1 Art Car fue retirado de las pistas y preservado como parte del patrimonio cultural de BMW. Hoy es una pieza central en la colección de la marca, admirado tanto por fanáticos del automovilismo como del arte moderno. Es difícil ponerle un valor. ¿Cuánto cuesta un Warhol que corre?
La historia que comenzó como una provocación entre artistas y motores se volvió legado. Y esa continuidad está más viva que nunca. En tiempos de inteligencia artificial, NFTs y automóviles autónomos, la serie BMW Art Car sigue vigente. Cada nuevo modelo representa un diálogo entre diseño, velocidad y espíritu creativo.
Pero ninguno puede sacarse de encima la sombra luminosa de Warhol. El artista que no quiso hacer un diseño, sino una declaración. El que no usó guantes, sino manos. El que entendió que un auto puede ser una obra de arte… solo si está dispuesto a ensuciarse.
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