Desde los colectivos de la zona Oeste hasta los vagones del subte de la línea A, Matías Bentivenga -«Arrabal Amargo» en sus redes- convirtió su pasión en una forma de vivir. Con apenas 24 años, este joven oriundo de Ramos Mejía encontró en el tango no sólo una identidad artística, sino también una forma de atravesar las dificultades económicas y conectar con cientos de personas en medio del apuro cotidiano.

Contrario al imaginario de un tanguero, su forma de vestir es mucho más afín a la de un joven de su edad. Con un buzo con capucha, pantalón estilo cargo y zapatillas de lona, Matías ingresa al vagón dispuesto a cautivar a su público pero con la desventaja de que el prejuicio le juega en contra desde lo visual. Esto se acaba cuando rasga las primeras cuerdas y lanza los primeros versos ante el micrófono.

Con su guitarra y su micrófono estilo vintage, Matías busca cautivar a los pasajeros de la línea A.

«Empecé en 2017, tenía 16 y salí a tocar con un ukelele porque no tenía plata para comprar cuerdas para la guitarra«, recuerda Matías. Fue en los colectivos que conectan Ramos Mejía, San Justo, Isidro Casanova y Villa Luzuriaga, entre otras localidades, donde empezó todo.

Primero con rock nacional –el género con el que muchos dan sus primeros pasos musicales–, pero después, de a poco, el tango empezó a meterse en su vida. «En la escuela de música te hacen cantar tango, folclore, jazz y bossa nova. Y el tango, no sé… tenía algo más. Una cosa que me llegaba adentro«, cuenta.

Ese flechazo con la música de arrabal no fue inmediato. «Tenía una contradicción interna. Pensaba que el tango era de gente grande, algo viejo. Pero en la pandemia empecé a escucharlo de verdad, lavando platos en un bar. Ocho horas al día con auriculares y tangos y milongas de fondo. Y me empezó a mover todo».

Entre tangos y milongas, da rienda suelta a su pasión por la música de varias décadas atrás.

“Salir a tocar es una forma de terapia, de mantenerme activo”

Matías no se considera un músico callejero a tiempo completo. Su rutina incluye jornadas de trabajo en un casino online, el cursado de materias en el profesorado de música, algún turno ocasional de delivery con la bici, y los fines de semana haciendo música en el subte. En esa combinación, logra juntar lo necesario para pagar un alquiler con su novia. 

Entre tema y tema, recuerda épocas doradas del tango y nombra los autores de las obras que interpreta.

Pero las salidas a tocar cada fin de semana no sólo implican un ingreso económico, sino que también es una forma de darle rienda suelta a su lado más artista: “Esto para mí es una terapia, una forma de mantenerme activo musicalmente. Si no tocás seguido, lo sentís. El cuerpo lo nota”.

La dinámica para tocar en la línea A es clara: se juntan en San Pedrito, arman una fila por orden de llegada y sube un músico por tren. “Nos organizamos para no pisarnos. Hay compañerismo, un grupo de WhatsApp, una comunidad. Está buenísimo”, detalló sobre la forma en la que evitan conflictos entre colegas.

Entre miradas de prejuicio y otras tantas de admiración, Matías acompaña el viaje de cientos de porteños.

El tango me da identidad -reflexiona sobre su elección para cada salida a tocar-, en la calle hay muchos músicos de rock, o de folclore, pero pocos de tango. Eso te hace resaltar. Algunos se sorprenden: me miran raro al principio y después vienen y me dejan 1000 pesos. Es como que rompo un prejuicio. Y cada vez más pibes de mi edad me escriben para decirme que les gusta lo que hago”.

De un subte a un bar tanguero, el anhelo de Matías

Hoy Matías cursa 11 materias en el profesorado de música, da shows los jueves en una pizzería del barrio de Flores y sueña con llevar su espectáculo a más lugares. “Quiero que esto que hago en el subte llegue a un espacio que pueda hacerlo más propio, que pueda llegar a más gente y hacer un show más extenso, con otros músicos”.

«El tango es una forma de terapia», asegura sobre el placer que le genera cada salida a tocar, reflejando su anhelo de vivir de la música.

Ganar dinero cantando tangos en el subte no es fácil, pero tampoco imposible: “Un buen día puedo hacer 25 mil pesos. Uno flojo, 10. En promedio, me alcanza para la comida y los gastos diarios. Pero más allá de la plata, esto me hace bien, me conecta con algo que no encontré en otros géneros”.

 

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