Dicen que a cierta edad uno debería bajar un cambio. Que el cuerpo ya no responde igual, que hay que cuidarse, que ya está. Ernesto “Tito” Bessone no leyó ese manual. O lo leyó y lo tiró al fuego, mientras ajustaba el casco y volvía a subirse a un auto del TC2000, la misma categoría que lo tuvo como campeón en 1996. Con 67 años no regresó para girar en un autódromo por capricho, sino para competir de verdad, con pilotos que podrían ser sus nietos, en una de las categorías más veloces y exigentes del automovilismo argentino.

Hay regresos que son decisiones. Este fue una necesidad. Porque Bessone no es un piloto más. Es una leyenda con sangre de nafta, un apellido que se susurra en los boxes con respeto, y un tipo que jamás dejó de correr, aunque su vida haya cambiado, aunque sus hijos también se hayan calzado el casco. Es, sencillamente, uno de los grandes del deporte motor argentino. Campeón en casi todo: TC2000, Turismo Carretera, Turismo Nacional, Top Race, Supercart, Club Argentino de Pilotos. Un verdadero prócer con el buzo ignífugo como escudo.
Y sin embargo, lo que hizo este fin de semana en Oberá no tiene que ver sólo con el deporte. Tiene que ver con la vida. Con no resignarse. Con demostrar -sin decirlo- que la pasión, cuando es real, no vence con los años. Se transforma. Pero no muere.

Su regreso fue tan imprevisto como cinematográfico. El martes anterior a la carrera participó de un evento emotivo: la presentación de la Renault Fuego con la que ganó su primera carrera en el TC2000 allá por 1985. El auto había sido restaurado con una devoción casi religiosa por los hermanos Diego y Marcelo Medina. El lugar, una empresa de pinturas que fue su sponsor en aquellos años dorados.
Y ahí, entre anécdotas, abrazos y olor a recuerdo, surgió la pregunta: «¿Y si volvés?».
La respuesta no tardó. Porque si algo define a Bessone es que no necesita convencerse de lo que ya siente. En ese instante, sellaron una reedición de aquella sociedad de hace 40 años. Mismo patrocinador. Mismo fuego interior. Mismo Tito.
Lo extraordinario de esta historia no es sólo la edad del protagonista. Es el contexto en el que regresa. El TC2000, que lo tuvo como protagonista en los ’80 y los ’90 con esas memorables batallas con Juan María Traverso, acaba de reinventarse con autos completamente nuevos: prototipos creados a partir de SUV, el tipo de vehículo más popular del planeta hoy. Pero no se trata de SUV’s familiares: tienen 500 caballos de fuerza, neumáticos blandos y efecto suelo. Son, según el propio Bessone, “los autos más rápidos de la Argentina”.

Un cóctel explosivo que exige reflejos, concentración y temple. Y ahí estaba él, con 67 años bien llevados, listo para enfrentarse a pilotos que todavía no habían nacido cuando él se subía al podio con la melena al viento.
“Este auto tiene la potencia de cuatro autos de calle. Es letal”, dice, entre orgulloso y emocionado. “Es un TC2000 con mucha velocidad, y va a batir todos los récords a donde vaya”. Pero más allá de la técnica, lo que más lo atrae es lo que siempre lo atrajo: manejar con el cuerpo, con la cabeza, con el alma. Porque estos autos exigen gestionar el desgaste del neumático, tomar riesgos, calcular. “Eso le gusta a la gente”, afirma. Tiene razón.
Lo que más lo conmovió, sin embargo, fue el recibimiento. Las redes sociales explotaron cuando se confirmó la noticia. Mensajes de fanáticos, colegas, periodistas, familias enteras que lo vieron en la TV a color cuando aún no existía el HD. “Es un mimo al alma”, reconoció Tito. Y se le quiebra un poco la voz. Porque aunque siempre estuvo cerca del deporte, volver al TC2000 -su categoría- en este momento, con esta revolución, tiene un sabor distinto. Casi sagrado.

“Estoy muy feliz. Siento que la vida me regala esta oportunidad. Estar físicamente bien, tener a mi familia contenta… Mis hijos, mi mujer, todos me apoyan. Me ven feliz. Y eso es lo que cuenta”, confiesa.
Esa familia a la que hace referencia no es ajena al vértigo: sus tres hijos, Ernestito, Juan Pablo y Figgo, también corren. Y su padre, Ernesto -el primero de los Bessone con licencia de piloto- fue campeón a los 62 años. Se retiró a los 66. Tito lo supera por un año. Pero no corre para ganarle a nadie. Corre porque quiere. Porque puede. Y porque sabe.
¿Qué buscá demostrar a los 67 años? Esa es la pregunta que muchos se hicieron. ¿Qué necesidad? ¿Para qué arriesgarte a esta edad? Y él la responde sin necesidad de levantar la voz: “Más allá del resultado deportivo, quiero dejar un mensaje: actitud, espíritu, ganas. Que la edad no te frene. Si uno se cuida, se entrena y ama lo que hace, lo puede hacer. Así lo vivo yo”.

No hay épica impostada. Hay autenticidad. Hay un tipo que mira al espejo y se reconoce como aquel pibe que debutó en los ‘70 y todavía siente la piel erizarse al escuchar el motor en baja. “Tengo las mismas ganas de subirme mañana que cuando debuté”, lanza. Y no hay manera de no creerle.
Tito no volvió al TC2000 romper récords, aunque tal vez lo haga. No vino a levantar trofeos, aunque nadie lo descarte. Vino a dejar una huella. Una más. “Si el auto completa la carrera y hacemos las cosas con sensatez, ya me siento premiado”, dice con una sonrisa. Es que ya ganó algo mucho más difícil que una final: ganó tiempo. Le ganó al olvido. Le ganó al prejuicio. Y se ganó, otra vez, el respeto de todos.
Cuando los años pesan, algunos se sientan. Otros se paran y aceleran. Tito Bessone eligió la segunda opción. Y nos recordó que el coraje no se jubila.
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