En Maranello la obsesión no es ganar -eso ya lo hacen-, es hacerlo con estilo, con emoción, con la convicción de que cada coche que sale de su fábrica tiene que ser una obra maestra. El Ferrari 296 Speciale es el ejemplo más reciente de esa filosofía. No se trata solo de más potencia, menos peso y una silueta que corta el viento como un bisturí. Este Speciale quiere convertirse en el mejor Ferrari de calle para conducir. Sin rodeos. Sin excusas.

Hay una idea que atraviesa todo su desarrollo: sensaciones. Porque un Ferrari no se mide solo por su tiempo en el circuito de Fiorano, sino por lo que transmite en cada curva, en cada cambio de marcha, en cada rugido que se escapa del escape como si estuviera desafinando a propósito para recordarte que es una bestia mecánica, no una app con ruedas.
La elección del motor no es una herejía: es una decisión tomada con los pies firmes en la tierra y la cabeza en Le Mans. Un V6 de 2,9 litros, turbo, en posición central trasera, que eleva su potencia hasta los 700 CV. A eso se suma un motor eléctrico con 180 CV más. En total: 880 CV combinados para una relación peso/potencia de 1,60 kg/CV. ¿El resultado? 0 a 100 km/h en 2,8 segundos y de 0 a 200 en apenas 7. Un bólido que, dicho sin anestesia, va más rápido que tus reflejos.
Si algo sabe Ferrari es que la aerodinámica no es un accesorio, es la diferencia entre volar y simplemente correr. El 296 Speciale genera 435 kg de carga aerodinámica sobre el eje trasero a 250 km/h. Para ponerlo en contexto: el GTB generaba 300 y el Fiorano 360. Esta versión lo lleva aún más lejos, con un alerón activo trasero que introduce una tercera posición para lograr un equilibrio entre agarre y velocidad.

Y no es solo atrás. En el capó hay una apertura que canaliza el aire desde los bajos planos hacia el frente, pegando literalmente el coche al asfalto. Ferrari lo llama “amortiguador aero”, como si fuera una suerte de truco mágico en fibra de carbono.
El chasis es más bajo (5 mm menos), los resortes de titanio son más rígidos y los amortiguadores Multimatic (o Magnaride, si se paga aparte) garantizan que las curvas sean un juego de precisión milimétrica. En las gomas, Michelin Pilot Sport Cup2 con medidas intimidantes: 246/35 delante y 305/35 detrás. Todo eso frena con discos carbocerámicos de serie. Porque cuando vas a 330 km/h, no hay margen para lo mediocre.
Si el 296 Speciale grita por fuera, adentro susurra verdades solo para entendidos. Hay más Alcantara, más fibra de carbono, menos concesiones al confort. Las puertas están moldeadas en una sola pieza de carbono. El túnel central también. La pantalla del conductor es una pieza de 16 pulgadas que parece una cabina de avión, y la del pasajero —de 7″— es un recordatorio de que este viaje no se comparte: se contempla.

El volante sigue siendo el centro de gravedad emocional: manettino clásico a la derecha para jugar con la suspensión, dirección y respuesta del motor, y el e-manettino a la izquierda, que regula cuánta electricidad querés usar. El modo Qualify libera todo el potencial, y el sistema de carga eléctrica te permite tener entre 14 y 15 activaciones de boost por vuelta.
Visualmente, el Speciale es un 296 que ha pasado por un quirófano estético. Paragolpes y capó de carbono, puertas en aluminio, cubierta del motor en acrílico transparente o carbono a elección. La distancia entre ejes, de 2,6 metros, es la más corta desde los 90. Es, según Ferrari, una de las claves para su agilidad sobrenatural.
Mide 4,6 metros de largo, 1,97 de ancho y solo 1,18 de alto. Es bajo, agresivo y afilado como una daga. La batería de 7,4 kWh (iones de litio, NMC) puede cargarse a 7 kW en una hora, aunque también recupera energía en frenada y retención. Es capaz de recorrer hasta 25 km solo en modo eléctrico.
El Ferrari 296 Speciale no es una rareza más para coleccionistas millonarios con garaje climatizado. Es una declaración de principios. Una demostración de que aún se puede construir un auto que emocione desde lo visceral, incluso en la era de los algoritmos y la electrificación.
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